Cd. Juárez, Chihuahua. México .

Septiembre 22 de 2014    

 
 
 
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Caton...


“Más o Menos 28 Días”

LA SEÑORA sorprendió a su marido en el lecho conyugal con otra mujer. “Perdóname –se justificó él–. Pensé que habías cambiado de peluca”...

El Padre Arsilio vio en la plazuela del lugar a un corro de chiquillos que, sentados en el suelo, rodeaban a un pequeño perro. Entre ellos estaba Pepito, cuya conducta traía siempre al buen sacerdote al mal traer. Su última hazaña consistió en filmar los acoplamientos de las palomas en el campanario de la iglesia parroquial, y luego proyectar esas escenas en la mismísima pared del templo, para deleite de los vagos del pueblo y escándalo de las beatas, que una y otra vez acudieron a ver la filmación a efecto de estar seguras de su inmoralidad. Fue tal el revuelo provocado por ese acontecimiento que la señorita Peripalda, catequista, se sintió obligada a dar una conferencia a las socias de la Congregación Luciana, disertación que intituló: “El infierno aguarda a nuestros hijos”. (Ese nombre fue objeto de críticas veladas, pues ella no los tenía). Cuando el eclesiástico vio a los muchachillos fue hacia ellos y les preguntó qué hacían. Pepito le explicó: “Encontramos en la calle a este perrito, y acordamos que el que diga la mayor mentira se lo llevará a su casa”. “¡Malaventurados! –clamó con santa indignación el párroco–. ¡Mentir es una gafedad del alma! Aprended de mí, que escogí la verdad. Veritatem dilexi. ¡Jamás en mi vida he dicho una mentira!”. Pepito se vuelve hacia sus amigos y les dice cariacontecido: “Ni modo, compañeros. Tendremos que darle el perro al señor cura”... El subdesarrollo económico es ciertamente preocupante –sobre todo el mío–, pero más debería inquietarnos el subdesarrollo ético que muestran quienes forman la clase política de este país. Lejos de mí la temeraria idea de contrariar las tesis de ese maquiavélico señor llamado Maquiavelo. ¿Quién puede contradecir a un florentino? Sostuvo él que la moral es ajena a la política, oficio que se rige por sus propias normas, no por las que obligan al común de los mortales. Yo, timorato que soy, considero que el ejercicio político debe estar presidido, al igual que todas las acciones humanas, por la idea del bien. No quiero aparecer grandilocuente, altísono, ampuloso, rimbombante, campanudo o altitonante, pero pienso que la suprema axiología es el amor, inclinación natural que abandonamos cuando la vida en sociedad nos hace olvidar esa esencial vocación de bien. Sé que al decir eso me hago eco de Rousseau, pero este pensador me gusta porque es uno de los pocos que han creído en la bondad ínsita del hombre. Los demás comparten de una manera u otra la ominosa doctrina del pecado original. La política, en efecto, se ha corrompido entre nosotros. Casi nunca es tarea de bien común, sino mester de granjería a cargo de una casta que tiene agobiado a este país; hombres y mujeres cuya única actividad consiste en desayunar, comer y cenar con otros congéneres de su misma laya para conseguir el medro de su facción y la ganancia personal. El fin último de la política, que es el bien de la colectividad, se ha olvidado, y todo se reduce a una sórdida búsqueda del poder. Ese alejamiento de la ética hace que la política se vuelva politiquería, y que muchos políticos sean meros ganapanes en vez de ser forjadores de mejores condiciones de vida para los demás. Se dirá que igual sucede en todas partes. Pero sucede que no vivimos en todas partes: vivimos aquí. Y a los mexicanos nos gustaría vivir mejor. Los malos políticos estorban ese anhelo en vez de propiciar su cumplimiento. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado... Pregunta: “¿Qué hay entre preocupación y pánico?”. Respuesta: “Más o menos 28 días”... Aquellos casados, nuevos ricos, estrenaron residencia grande. Él le dijo a ella: “Hagamos el amor en la biblioteca”. Contestó la mujer: “A estas horas ya está cerrada”... El vendedor de cepillos llamó a la puerta de una casa y le abrió una guapa señora cubierta sólo por un vaporoso negligé. La mujer lo invitó a pasar y le ofreció una copa. El vendedor le mostró su mercancía, hizo su venta y en seguida se dispuso a retirarse. Antes, sin embargo, le preguntó: “¿Por qué me compró tantos cepillos, señora? ¿Tiene muchos hijos?”. “Tengo 14” –respondió ella. “¿Catorce?” –se asombró el tipo. “Sí –confirmó la mujer–. No todos los vendedores son tan pendejos como usted”... FIN.

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